Realizado en óleo sobre lienzo, hacia 1580, por Paolo Caliari (1528-1588), el famoso pintor nacido en Verona, la ciudad de la que tomaría su conocidísimo sobrenombre Veronés. La pequeña “joyita” que nos ocupa no mide más que 50×43 cm y es uno de los bellos ejemplos de pintura veneciana que conserva el Museo del Prado.
Aunque se desconoce quién realizó el encargo o por qué, sabemos que la obra procede de la Almoneda de bienes de la Commonwealth, también llamada ‘La Almoneda del siglo’ que supuso la venta de todos los bienes de Carlos I de Inglaterra, monarca ajusticiado en 1469. La obra pasaría en un primer momento al Real Alcázar de Madrid, y posteriormente al Palacio Nuevo, actual Palacio Real.
Se trata de un tema que debió hacer fortuna en su carrera, pues de su taller salieron varias pinturas con la misma iconografía. De hecho, el historiador Pignatti las clasificaba en dos grupos en 1976: por un lado, hallamos aquéllas con forma vertical y dimensiones reducidas, grupo al que pertenece el ejemplar del Prado, y otro modelo conservado en Washington, en la National Gallery of Art, y que repite casi exactamente la obra madrileña. Por otro lado estaría otro grupo formado por obras con formato apaisado y tamaño considerable, modelo al que correspondería el ejemplar situado en el Museo de Bellas Artes de Dijon.
Como es bien sabido, el cuadro representa un pasaje bíblico (Éxodo, 2:6-10), donde se narra cómo, por temor a las órdenes faraónicas contra los hijos varones de los hebreos, una madre no pudiendo ocultar a su hijo por más tiempo, tomó una cesta de papiro y puso dentro de ella al niño, dejándolo entre los juncos de la orilla del río Nilo, mientras la hermana del pequeño contemplaba la escena a poca distancia. Casualmente, la hija del faraón bajó a bañarse al río y, mientras sus doncellas paseaban por la orilla, vio la cesta en medio de los juncos y envió a una de sus doncellas para que la recogiera. Cuando la abrió y vio al niño, que estaba llorando, se sintió conmovida y exclamó: ¡Es un niño hebreo! Entonces la hermana del pequeño salió de su escondite y consiguió convencerla para encontrar una nodriza hebrea que criase al niño. De esta forma, la joven buscó a su propia madre, que sería quien le amamantase. Cuando el niño creció, lo llevó nuevamente, ante la hija del faraón, quien lo adoptó y le dio el nombre de Moisés, diciendo: “Yo lo saqué de las aguas”.
De esta forma, Moisés se convertiría en la figura del Elegido, el tomado entre el pueblo, cuya misión sería la de salvar a ese mismo pueblo con la ayuda del Señor. Su vida, anticiparía su tarea: fue salvado para salvar. Fue el gran profeta nacido en Egipto, que liberaría al pueblo hebreo conduciéndole hasta la Tierra Prometida.
El tema, sino frecuente, ha sido recurrente dentro de la Historia del Arte y ya desde época temprana aparecen diferentes ejemplos, como el encontrado en la sinagoga de Doura Europos del siglo III, o avanzando en el tiempo, los bellos modelos de Rafael Sanzio, Orazio Gentileschi, Poussin o Rembrandt, que también apostaron por este tipo de composiciones.
En cuanto a la obra que nos ocupa, el maestro italiano planteó la ejecución de los personajes, y en concreto de la hija del faraón y sus doncellas, más bien como un conjunto de jóvenes y hermosas damas que nuestro pintor pudiera haberse encontrado cualquier día de primavera paseando por algún paraje de Venecia, que como las protagonistas del pasaje bíblico. Las delicadas telas, los opulentos brocados, el mimo de los peinados, los ricos tocados o el exotismo de los criados que las acompañan, sorprenden a la hora de plantear el tema religioso.
“Asomándonos” a la vida y a la obra del autor, puede observarse que ésta no es la primera vez que planteaba dichas cuestiones dentro de la temática religiosa, y es que quizá, a través de esta exuberancia y riqueza, Veronés pretende reflejar en cada una de sus obras, la belleza y magnificencia de la “Serenísima” Venecia, una ciudad descrita por los cronistas como la ciudad más rica, feliz y bella de Occidente. Sin duda la obra más famosa de su producción y que mejor ejemplifica lo dicho es Las bodas de Caná (1563, Museo del Louvre).
Otro de los motivos a resaltar en la pintura es posiblemente menos original, pero más efectista: su color. Gustaba al maestro italiano utilizar colores claros donde dominaban los grises perlados, los rosados, los celestes y los verdes (uno de los cuales sigue llamándose en el léxico de los pintores “verde veronés”). Son colores que llenan zonas concretas, nítidos, brillantes y limpios. Colores que junto a la luz crean efectos atmosféricos que van diluyendo los contornos de las figuras en segundo plano, así como las arquitecturas del fondo y que llevaron a Cézanne a escribir estas bellas palabras dirigidas al artista: “pintaba igual que nosotros miramos, sin más esfuerzo… hablaba en colores”.
Finalmente, junto a su espléndida gama cromática, destaca en la obra su manera de componer: sus figuras se presentan rotundas, voluminosas y bien distribuidas en el espacio, atribuyendo al cuadro un aspecto de obra de gran tamaño cuando en realidad no llega más que a 50 centímetros. Asimismo, en ocasiones Veronés empleaba perspectivas de horizontes bajos para que los personajes resaltasen sobre serenos paisajes de amplios celajes, como es el caso de la obra del Prado. Unos paisajes donde remplazó en parte los fondos de naturaleza por representaciones arquitectónicas, que se verían influenciadas por los grandes arquitectos del momento: Michele Sanmicheli, Palladio o Sansovino y que vendrían a representar el Egipto donde creció Moisés, ese niño regordete y tranquilo protagonista como quien no quiere la cosa del lienzo.
Vía| PIGNATTI, T. y PEDROCCO, F. (1992): Veronés, catálogo completo. Ed. Akal, Madrid
Más información| CRUZ VALDOVINOS, J.M.et alii (2000): El Prado, escuela italiana. Lunwerg. Madrid; FREEDBERG, S.J (1978): Pintura en Italia. 1500-1600. Manuales de arte Cátedra. Madrid, 1978; PALLUCCHINI, R(1984): Veronés. Carroggio, S.A. Barcelona.
Imagen| Moisés salvado de las aguas, El encuentro de Moisés (Museo de Dijon), Moisés salvado de las aguas (Gentileschi)